Epitafio

Veintiséis cigarros serían su compañía esa noche. Veintiséis cigarros, y la espera. La boca amarga, el cuello abierto, la cabeza vacía. ¿Para qué llenarla? Si se está solo, lo mejor es no pensar. Los temas crípticos no son buenos amigos del abandonado. Pero les gusta rondar, les atrae el humo del cigarro.
Uno fuera, uno prendido. Se acercan.
- ¿Una mujer? – preguntan.
- Mónica.
- Otra espera en vano. – La primera grieta. Otro cigarro.
- ¿Qué hacen aquí?
- ¿Te echó el editor?
- La última novela.
- Un fracaso.
- ¿Eso creen…? – se ahoga en el humo, le palmean la espalda.
- Y la crítica no te deja vivir.
- Era lo único que me gustaba.
- Era tu refugio, tu escape. Lo sabemos de sobra.
- Antes, cada vez que ustedes llegaban, escribía.
- Ahora conversas.
- Estoy empeorando.
- Eso también lo sabemos de sobra. Veintiséis cigarros. ¿No convidas?
Gasta dos minutos poniéndole uno en las manos a cada uno, y vuelve a quedar con veinte. Cualquier cosa por callarlos.
- Podría volver al puesto de profesor…
- Nadie contrataría a un fumador compulsivo y alcohólico.
- No soy…
- Pero ellos no lo saben. A nadie le importa cómo seas en verdad: sólo importa lo que dicen que eres.
- Ya no me escuchan…
- Nunca lo han hecho. Pero dime… en un mundo donde todos mienten, ¿Qué importa que nadie escuche?
La sonrisa cínica se perfiló en sus labios agrios. Las manos buscaron a tientas los fósforos y otro cigarro.
- Es asquerosamente hermoso. Podría escribir algo con eso.
- Ya no puedes. Recuérdalo.
- Entonces sólo puede escribirse con sangre.
- Sería un lindo epitafio.
- No… mi epitafio lo escuché hace mucho tiempo, entre carteles de propaganda o en el delirio de un sueño. – se da un tiempo entre colillas: ahí va el último cigarro. Y recita. – “Fumar en exceso puede producir cáncer. Pensar en exceso puede provocar suicidio.”
- A fin de cuentas es lo mismo.
- Podría agregarle esa frase. – se levanta y da unos pasos. Los mira como a viejos amigos. – Señores, les dejo todo lo que me han quitado.